Yo soy la muchacha alegre del cielo favorecida

Hay algo profundamente humano en desear. En posar nuestra energía en aquello que no tenemos y reconocer las carencias. Deseamos lo que es valorado y apreciado por otros, confiriéndole un estatus social que supone una vida de satisfacción. Andrea escribe sobre las paredes fragmentos de corridos que le acompañan a habitar deseos que parecen dolorosos. El deseo la mueve incrementando o disminuyendo su potencia; llevándola a acciones que atraviesan posturas políticas e institucionales del arte. Ella escucha corridos porque le gustan sus ritmos; sus historias le recuerdan a su hogar y a su padre; sus melodías la hacen sentir capaz de cumplir deseos. Compone un corrido en colaboración con Gallo Armado como parte de la muestra, pues los corridos son una energía deseante que se manifiesta en su quehacer. Ella se compromete con sus deseos de ser artista, a través de esta canción, como un proceso de la imaginación, un ejercicio activo que la impulsa a hacerlos realidad. Estos son los deseos de una artista emergente, trabajadora del mundo precarizado del arte, en el que un mandil porta tanta dignidad como el que llevaban los sueños de su madre. 

Ella ofrece una fiesta. Ella ofrece un pastel que celebra su propia potencia por crear su realidad como la quiere junto a su público. Invita a sus amigas a encontrarse en la fragilidad de un grupo de venaditas, que recitan el deseo de una generación de jóvenes que en redes sociales comparten la fragilidad en la que descansa la demanda de ser mujer hoy. Lo que esconde su anhelo es la necesidad de conectarse y ponerse en relación con el mundo: el ejercicio del deseo como conexión directa con la vida. Perseguirlo como un  compromiso, es permitir una continuidad que abraza nuevas pasiones con  aquello que ya somos, lo que es nuestro, no solamente lo que no tenemos. Así que Andrea parece invitarnos a  pensar el deseo desde la necesidad de conectarnos con el mundo, con su familia, sus amigas, sus playlists y sus afecciones. 

Texto de sala por Angélica Piedrahita para la exposición Yo soy la muchacha alegre del cielo favorecida.

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